sábado, 7 de diciembre de 2013

Certezas.

No hay frío mas vil que el que te hiela el alma.
No hay fuego mas bravo que el que te consume el sexo.
No hay fe más pura que la certeza de vida.
No hay dicha más inmensa que la mano de un amigo.

La pasión es un milagro, 
la inspiración un regalo 
y el amor un derecho.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Todas.

En las brumas del olvido,
con las manos tibias y el cuerpo lleno,
sin brisa en un verano eterno,
cuando las frutas resplandecen pegajosas
en las copas de los árboles
y el zumbido de las moscas retoza
 haciendo sordos los lamentos…
Así está ella, llena de polvo mirando el cielo,
con alas nuevas y aliento fresco.

Con el pecho hirviente
Y la sangre a galope,
Reconoce su ansia
Y la devora extasiada,
Y en su mente depredadora
Dibuja los contornos de su presa
Inventando ritmos
Acariciando vaivenes
Saboreando salivas
Olfateando horizontes,
Llama a su Luna amiga
Y en aullido silencioso,
Hace vibrar su hambre
Y lo transforma en hambre de todas.
Entonces sus compañeras acatan
el grito sutil de la Hembra Alfa:
Levantan sus faldas,
Para cabalgar a sus hombres.

Y la noche se eleva
En éxtasis prodigioso
Llenando de poder a la primera,
Para no ser vista llegar.
Con su presa confundida
Y desorientada,
Ensayando tímidas formas
Y casta lentitud.
Con un volcán a punto de estallar
A pura lava errante…

Y asesina.

Lo posee sin piedad,
Dando tiempo a la tortura
Impregnando su sangre
De agresiva propiedad
Y adictiva resistencia,
Se va dejando fundir
En un clímax apabullante
Quiebra la calentura de las sombras
Con un grito liberador…

Y el cielo explota,
desatando su celo
y bautizando con lluvia
la entrega de los hombres devorados
consumidos por sus mujeres
dueñas de sus almas,
dueñas de sus miedos,
dueñas de sus ardores,
de su  esclava lujuria,
de su necesidad animal.
Y cae, plena
Sabiéndose dichosa y lejana...

Con la llovizna limpiando su sudor
Y regalándoselo a la Tierra.
(Madre de todas las cosas)
Mujeres,
Hermanas en su entrega,
Con el poder en sus manos
De cara al cielo suspiran
Y reciben cómplices,
Con sus sonrisas perversas,
El temblor de la Tierra
bajo sus piernas.








miércoles, 20 de noviembre de 2013

Ese día:

Venerando mi cuerpo, mi origen, mi suerte, mi determinación.  La absoluta recompensa de ser quien soy. Sin miedos, con naturalidad. En medio de mis profundos desastres, de mi eterno desorden. De mis cuelgues infinitos y mis imposibles necesidades.  Con mis ideas locas y mis totales misiones suicidas. Con fuerza, con ímpetu. Sangrando lágrimas y llorando sangre.
El día que yo muera, no quisiera grandes noticias, ni la gloria de obituarios. Como alguna vez leí…
<<Siempre debe ser más importante la Vida que la Muerte>>
Quisiera risas,  recordando mis estupideces, quisiera alegrías celebrando la vida que llevé. Los amigos, los amores, las pasiones…
Al morir, quisiera un aplauso, por la obra terminada, por la puesta en escena.  Por valorar mi soledad como fin en sí mismo, por no dejarme truncar por los sistemas, sacando lo mejor de ellos.
Por la tolerancia a mis diferentes. Por los años dedicados a mis hijos. Por los períodos en celo y los períodos de profunda introspección.
Por todos los errores cometidos y los aprendidos. Porque nunca dejé de sonreír…
Por que ninguna palabra ha muerto en mi boca  y por las historias que he contado. Por la gente que he admirado, por la gente que me ha acompañado, por todos los que me han enseñado.
Por ser mujer, por ser madre, por ser creadora de mí misma. Por permitirme el lujo de la inconstancia.
Por nunca perder la Fé.
Por creer en el Amor (aunque siempre se lo lleve el viento)
Por nunca dejarme caer.
Por todo esto,

Aplausos. 

jueves, 14 de noviembre de 2013

Sí la historia es escrita por los que ganan...

Sé que me he detenido, a mirarme simplemente. A tratar de digerir las cosas que me han pasado en el ultimo tiempo y considero que ha sido suficiente.
En mis soledades he encontrado siempre la fuerza para cambiar mi en rededor… no la he encontrado últimamente.
>>>Ando caminando sobre la anestesia de mi ser, sosteniéndome por la eternidad de  mi esencia.
Con esa estática que me “presta” la sabiduría, en medio de mis pasiones siempre he logrado avanzar hacia una empresa más o menos descabellada… pero siempre distinta.
Hoy por hoy, ando como ameba, tratando de curar una decepción profunda.
Una pasión muerta que ha dejado un duelo grande. No me siento rota, ni vacía. Simplemente me siento quieta.
La quietud es una gran arma de doble filo, porque trae calma. Trae paz.
Y honestamente, me siento calma, no estoy nerviosa… pero… ¿¿eso es vivir??
-Extraño mi Fuego-

Me he alejado del mundo todo lo que pude, me volví huraña y hasta desinteresada en  mi contexto. Y me dejo ganar de antemano. Todavía no logro accionar las teclas necesarias para que  mi vida sea lo que… me mueve.
He aprendido con tristeza y dolor que nadie en el mundo te completa o te fracciona. Sólo es uno mismo creyéndolo.
Así como no importa lo que pasó. Importa lo que creemos que paso. Lo que nos han contado, lo que se repite, tanto hasta perder el sentido, hasta transformarlo en realidad.
Estoy opaca y algo seca.
Envuelta y súper envuelta en mi. Porque no quiero ser tocada.
Porque me destroza la exposición. Porque soy mas débil de lo que puedo aceptar.
Ya no peleo. NO busco en mi, ese valor del sacrificio… no encuentro la pasión.
Como pasa de uva camino, en pos de encontrar mi centro.
Es un silencio emperrado el mío, es un eco de voces lastimeras y mortíferas. Que se arremolinan en mí, para aislarme de la realidad.
Es instinto de autoprotección.
Si escribo esto, es porque hay una parte mía que desea romper el cascaron, que yace inquieta mirando los límites, y está a punto de gritar.
No quiero ser recordada en el mismo lugar que todas.
Prefiero el olvido.
El vacío absoluto.
No quiero grandes glorias, prefiero el silencio. El silencio es más sagrado que la devoción. El secreto no muere jamás.
Los secretos son susurrados por los espíritus que rodean a las personas, es un murmullo que pasea en el viento. Es un olvido cargado de memorias. Son sensaciones que no han muerto ni morirán.
Porque en la normalidad, me siento infantil. Pequeña y estúpida.
No quiero el lugar de otros, no quiero las palabras de otros, me niego a resurgir ante la deshilachada línea cronológica de alguien.

Prefiero no ser mencionada jamás-

Hay gran amargura en ciertos recuerdos, y ya no quiero llevarla conmigo.
Amargura, ¡Te libero! A partir de hoy voy a limpiar mis pérdidas con palabras de miel que he de repetirme hasta el cansancio.
Con palabras de azúcar que me regalaran una historia diferente.
Con palabras de caramelo llena de sonrisas de cuentos de hadas.
Y será perfecto.
Y pasará a mi libro de amores feroces, donde la princesa es guerrera y siempre se salva a sí misma.
Porque  no importa lo que ha pasado. Importa lo que nos cuentan.
Yo tengo las palabras, tengo el don para darme una visión diferente. Yo puedo cambiar mi historia.

Yo te puedo contar, lo que quiero escuchar. 




domingo, 10 de noviembre de 2013

Susurros (Sexy Word)



En esta oscuridad, puedo sentir tu voz adherida a mis orejas que repite una y otra vez <<Siempre>>.
Cierro mis ojos, y una pequeña luz invade mi mente, con tu risa vencida y esa pasión escondida…

<<Siempre>>

Las pausas contenidas en vilo, la punta de tus dedos rozando mis labios, esos soplidos intermitentes en mi nuca, nuestras piernas entrelazadas y el eco de la noche repitiendo tu nombre…

<<Siempre>>

Te devoro con los ojos, para absorber tus pensamientos, tus gestos, tus palabras escondidas entre los dedos…

<<Siempre>>

El peso de tu cuerpo, la total libertad de lo natural, los latidos de tu corazón.

<<Siempre>>

El tiempo que nos corroe y que nos tienta.

<<Siempre>>

Tu nariz en mi cuello, mi boca en tus muñecas.

<<Siempre>>

Es la selva de mi mente, la furia de mis huracanes, el silencio mordaz, la soledad cruel y ponzoñosa, el viento de mi deseo, lo fugaz de mi atención.

<<Siempre>>

Y yo aquí extendiéndome, desplegando mi ser, impregnando cada poro con mi esencia, disfrutándome y exigiendo.

<<Siempre>>

Es la curva de mis labios, el brillo de mis hombros, la redondez de mis caderas, el largo de mis brazos, la fuerza de mis piernas, el terciopelo de mis pestañeas, el roce de mis dientes en tu piel…

<<Siempre>>

Me duermo para encontrarte, sabiendo que estas conmigo.


<<Siempre>>


viernes, 8 de noviembre de 2013

Lo que Uno Ama.


Me regalaron una maquina de escribir cuando tenía diez años, con la esperanza de volar por mil mundos a la vez. Para darle alas a este pensamiento que me ha hecho solitaria tantas veces.
Y mi hija se levanta cada día con las manos encendidas, llenas de dibujos, pequeñas historias que anhela contar: carreras de caracoles, toboganes eternos, barriletes sonrientes, globos de arco iris, fotografías de carcajadas, muñecas y animales, un mundo lleno de mariposas donde todo esta conectado por hilos bien visibles.
Y a medida que los traza, que los plasma en papel, los va dejando caer al suelo, dedicándose al siguiente y luego otro más.
La primera vez que enfermó, se le  atascaron los dibujos que no había hecho en esos días. Cuando al fin pudo levantarse, estuvo dibujando hasta terminar de sacarlos de ella, sólo después pudo seguir.
Como un escritor atorado de historias, o un inventor ahogado de ideas.
Esa obsesión por el dibujo, esa pasión que la domina, me da una mezcla rara de celos y orgullo.
Porque es mezquina con sus creaciones, sólo a escondidas logro mirar lo que produce. Y a la vez, me parece genial y hermoso que a sus cortos cinco años pueda ser tan compleja en su sentir y en la manera de expresarlo.
Me regocija que tenga una pasión que le queme la sangre.
Que reconozca su propia vibración en esas cosas, que vuele y busque la soledad para dibujar... me resulta tan... familiar...
Me veo en ella, a veces. Y me da ternura y me da miedo.
Porque sé que la pasión quema tanto como congela.
Empuja y retiene.
Nos hace volar por mil mundos, pero nos aleja de este.
Nos corroe y nos construye.
Es lo que nos hace eternos.
"Encuentra lo que amas y deja que te mate"
¿De qué moriremos?
Nosotras moriremos de Tinta.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Porque de todas formas, lo serás.

Encontrar aquello que queremos decir y decirlo.
La vida esta llena de cobardías, de silencios, de pausas para pensar, de momentos en donde uno DEBE observar bien lo que sucede alrededor. Las consecuencias que uno va trayendo se hacen cada vez más pesadas, y por eso somos menos apasionados, menos intensos en el ser.
Como nuestro coraje se va desgastando a medida que vivimos, a medida que muchas situaciones van haciendo nuestro dolor más real, más sentido, más visceral... nos vamos endureciendo, para no volver a sentir con esa potencia, porque tememos que en un fuego de esos podamos ver consumida nuestra vida,  nuestras ganas… lo que somos. 
Y uno tiende a alejarse, a correrse de sí mismo, a despersonalizarse un poco.
Yo me pregunto… ¿logrando qué?
¿Quiero ser alguien qué no sufre demasiado? ¿Qué no se arriesga demasiado? ¿Qué no siente demasiado?

Yendo en retrospectiva puedo ver que cuando una etapa de mi vida comenzaba, la anterior era de profunda destrucción y dolor. Como rompía todo un mundo conocido, sin saber que al mismo tiempo estaba construyendo otro. 
Por eso hoy día, cuando me encuentro pateando rumbos, volanteando repentinamente, yendo por completo contra las reglas, contra lo esperado, desarmando lo que conozco… curiosamente celebro mi propia capacidad de asombro. 

Con una sonrisa comprendo que me importa poco lo que “corresponde”.

Tengo mi propia Fé, y es muy grande. Tengo mis propios parámetros, tengo mis propios principios, mi propio nivel de tolerancia, mi propio amor y mi amor propio (que en efecto, no es lo mismo), tengo mis propios sueños (y cambian todos los días). 
Conozco qué soy, quién soy, cómo soy, cuándo soy, dónde soy. Sé ver que el receptor de lo que digo, cambia por completo mi mensaje. Sé que no importa como viva, siempre habrá gente a favor y en contra. Me regocija ayudar a quien nadie quiere acercarse. 
Me divierte el ridículo. 
Me entusiasma saberme invisible. 
Me gusta sonreír cuando descubro a alguien más soñando despierto. 
Me da esperanza ver ternura en la violencia de tanta gente. 
Así como tengo la firme convicción de que somos creadores de la vida que llevamos. Bohemia, hippie, gitana, espíritu libre, loca!
Creo en el amor, creo en la Fé, creo en los procesos, creo en la Verdad (cualquiera sea, la que traigas dentro), creo en intentar, creo en las sonrisas, creo en lo simple, creo en saber mirar, creo en equivocarme, creo en la emoción, creo en la oportunidad.
Creo en todo lo que hay en mí, y en todo lo que hay en vos, y en vos y en vos… y también en vos que me lees al pasar. Porque, siendo esto algo bien cercano a una carta abierta, sólo quiero decir… ¡¡Sé Valiente!! ¡¡Brillá!!
Mientras vivas, te lo ruego, sé todo lo que puedas ser.

Y será perfecto.

martes, 1 de octubre de 2013

Libro Amante.

Vámonos, libro amante, a la cama.
Dejame deshojar tus misterios, uno a uno y con metódica fascinación.
Dejame invadir tu espacio, tu mundo, tus leyes.
Dejame cuestionarte, exigirte, probarte.
Quiero gastar cada página, dejando tu tinta en mis dedos, dejando tus palabras tatuadas en mí.
Permíteme que te exponga, que te muestre. Que te defienda de otros.
Quiero sumar adeptos a tu gloria, quiero compartir ese volar en tu abismo.
En esa oscuridad del silencio que traen los murmullos de tus voces. 
Con tu esquizofrenia y la mía.
Dejame investigarte y suponer. Adivinarte y equivocarme.
Envíciame hasta el alma toda, cuando con tu apertura no me permitís soltarte, llegando al alba en tu abrazo.
Métete en mí y buceá en mi sangre. Pateá otras ideas, llename de color.
Transportame, seducime, invitame.
Peleemos con vorágine y apuro, en esta espiral de lector y leído.
Llename los ojos de primaveras, otoños, llename de aromas, llename de ruidos.
Arrastrame.
Ya mis manos buscan con ansiedad, tenerte para mi. En la profunda noche, cuando todos duermen y nosotros nos amamos.


martes, 17 de septiembre de 2013

Crear, Creer y Crecer.


No lean esto, cuando digo que el mundo está perfecto como es. Existen muchas más cosas que escapan a nuestra comprensión y que quizás sólo necesitamos HUMILDAD para aceptar que no podemos entender todo. Porque nos rodeamos de imperfecciones y cada una de estas nos hace mejores. 
Nos purifica, nos invita a madurar.

Porque estamos aquí para creer,crear y crecer. La situación que vivimos, cada alegría, cada enamoramiento, o cada dolor, cada desesperación incluso; son escalones, son procesos necesarios para vivir. No hemos venido a estar tirados panza arriba mirando el cielo. 
Hemos venido a disfrutar del proceso de nuestra propia creación como seres iluminados.

Somos el arte en vida que se transfigura todo el tiempo y que tiene la noble capacidad de crearse a sí mismo. 
La virtud que nos rodea a cada paso, sepamos mirar.
Dentro de nosotros existe un universo perfecto con vibraciones y sensaciones que nos definen. 
No perdamos la oportunidad de disfrutar el gozo que nos brinda nuestro día a día.
Aprendamos a mirar.
Aprendamos a crecer.
Sin rencor, sin tristeza, con amor, alegría y esperanza.
Somos lo que somos y a partir de allí vamos.
Resguardando y tolerando las decisiones de otros, entendiendo que cada persona vive su proceso individual de la forma que corresponde.
Aceptando con humildad, que no tenemos derecho a dirigir la vida ajena.
Respetando por sobre todas las cosas tanto el error como el acierto.
Permitiendo que cada quien crezca a su propio ritmo. Sin imponer, sin criticar, sin desmerecer, sin burlarnos.

Quizás así (ojalá), la vida se desenvuelva con calma. Nunca olvidemos: el universo se desenvuelve como debe.


















"No tenéis ni idea de lo alto que puedo volar"

viernes, 13 de septiembre de 2013

Cómplices

Ella estaba sentada con las piernas cruzadas y un libro en sus manos, sus ojos eran vidriosos con una emoción contenida, su labio inferior temblaba casi imperceptiblemente. No podía dejar de observar ese temblor.

La uña de su dedo índice raspaba delicadamente la contratapa, volviéndome loco.


Ya había tenido el placer de leer aquella historia mucho antes que ella la tuviera en su regazo.

Conocía cada sensación que traducía su cuerpo. Hipnotizado en sus reacciones, empecé a sentir mi propio calor crecer, nadando como ella, en ese mar de erotismo.
Su lengua delicadamente rozó el labio superior, y sus ojos iban de un extremo al otro del relato, el vaivén del subte potenciaba mi trance.

No podía dejar de mirarla.

Lentamente descruzó sus piernas. Íntimamente deseé una humedad entre ellas.
Esa mera idea hizo estragos en mi mente. Prácticamente temblando, mis ojos recorrieron desde la punta de sus pies hasta ese hermoso pelo negro.

Podía sentir mi propia excitación crecer en mis pantalones. Aquella mano torturadora quitó sus cabellos de la cara escondiéndolo detrás de su oreja derecha, dejando al descubierto un cuello salpicado de lunares, que pedía a gritos mi propio tacto, mi aliento, mis besos …

Sintió que alguien la observaba, levantó sus ojos del libro y me clavó la mirada. Hubo un segundo, un instante eterno, sin ruidos, sin vaivén, sin otros pasajeros que presenciarán la complicidad de ese encuentro, donde ella supo lo que yo sabía.


Se sonrojó. Y yo casi me muero.

Media sonrisa apareció en su rostro, hundiéndome profundamente en el asiento. Dejándome clavado. Totalmente absorto.
El subte abrió sus puertas, deteniéndose en otra estación. Y ella velozmente abandonó mi anhelo, bajándose del vagón.

Estaba tan embebido en mi excitación, en ese envolver magnético, que no pude reaccionar. Las puertas se cerraron ante mí. Y me vi arrastrado hacia la estación siguiente. Dejando a mi cómplice lejos y yo todavía temblando.

Planeo seriamente no volver a leer. No soportaría otro amor a primera vista.


Ya leí esa historia.

viernes, 23 de agosto de 2013

La Belle Époquê


 ¿Puede ser el paraíso tan nefasto? 
Si a pesar del tiempo y los odios, estoy con vos y me río. 
Te miro y nos conozco tanto. Y hay algo en medio de todo eso, algo que no sé muy bien con qué tiene que ver.
Quizás con alivio, quizás con descanso, quizás con Perdón.
Algo que tiene que ver con familiaridad.
Porque conoces mi cuerpo tan bien, y mi alma mucho más. Porque me adivinas el pensamiento y me dejas bailando.
Porque mis culminaciones con vos son definitivas, porque no importa como estemos o que seamos, hay un vínculo fuerte, un equipo aquí.
Y siento muchas cosas, muchas tan calmas. Tantas ganas de hablarte, de tenerte en mí un poco.
Y es loco, y no tanto. Porque has sido mío (y ya no) Nuestras manos, y piel se entienden perfecto. Pero más se entienden nuestros ojos, en nuestro silencio.
Dormí, no me molesta. Usa tu tiempo, yo uso el mío. Somos libres en este encuentro, que no durará más que un paréntesis. Hasta que los planetas se alineen, una vez más.
¿Qué te digo? ¿Hasta luego?
Si mi vida es tan esporádica… tan corrida, tan volátil.
Nada de mi te asusta, más que yo misma.
A beautiful mess.
Hay siglos de complicidad aquí, incluso en nuestras guerras.
Me pregunto, ¿Cuántas veces te habré elegido? ¿Cuántas veces la gente no ha entendido?
Es tan rara, tan excéntrica nuestra unión…
Hace rato que deje de ser una niña… y sin embargo… (Somos reincidentes en esta historia)
He roto mil reglas, también vos, lo sé.
Traes el infierno y el paraíso en tus manos. Y tanto te he odiado y tanto te he amado.
Un profundo entendimiento, un profundo respeto, un cariño sin par.

Un amor de época.


lunes, 12 de agosto de 2013

El Día que el Cuento se Rompió.

Y me quede un rato con mi larga trenza mirando el balcón. Y esperé. Por un tiempo no pasó nada. Todo igual. ¡Y mi torre parecía tan alta! Comencé a aburrirme. Deje caer el rollo pesado de esa trenza eterna, siempre dispuesta para quien quisiera escalar la torre. Ya caminando en círculos dentro de mi “pequeña” estancia. Llena de mis libros favoritos, calentita, con mi mullida cama y mis encantadoras cortinas…
Me acerqué al espejo. Pude ver que era hermosa. ¿Quién no querría estar conmigo?
Seguí mirando, pude entender que era inteligente. ¿Quién me evitaría acaso?
Pude darme cuenta que era encantadora ¿Quién no vendría a buscarme si siempre tengo una palabra amable?
Seguí mirando y vi también que era simpática, elocuente, decidida, firme, tierna, graciosa, ingenua, valiente, valiosa. ¿Para que, entonces, seguía esperando?
Mire a través de mi ventana y pude ver ese horrible cielo tempestuoso, lleno de grises y azules intensos y ese dragón empecinado rondando ese azul… y algo pasó. Algo cambio en mí.
Ese horizonte me sedujo.
Cansada de ver a aquel dragón comprendí que no era miedo lo que sentía, sino que estaba acostumbrada a su presencia de aquel lado.
Busque unas tijeras, me corte la estúpida trenza. Y me sentí libre y floté un instante. Con la sonrisa llena, y el pecho repleto de coraje, abrí la puerta de mi habitación y comencé a bajar las angostísimas escaleras espiraladas, presa de una euforia atroz. Dando vueltas sin sentido, casi sin aliento llegue al magnífico patio en ruinas.
Y me vió, aquel gigante alado supo lo que iba a hacer. Por un segundo vi el terror en sus ojos. Pero no lo detuvo, avanzo hacia mí en un rugido y con un zarpaso me tiro hacia dentro otra vez.
Rasgó mi preciosísimo vestido púrpura, con mis moños de raso rosa deshechos.
Lloré y pensé seriamente en volver a subir.

¡No!

Furiosa por mi atuendo, le saque al cadáver huesudo aquella espada que no parecía tan pesada, pero lo era, y sosteniéndola con fuerza empecé a cortar el aire a ami alrededor. El dragón se acercó a mí lo suficiente como para que lo hiriera y la sangre salpico mi cara. La sorpresa lo distrajo lo suficiente para poder lastimarle un ala al caer. Escupió fuego y aterrorizada clave la oportuna espada en su lomo.
Puedo jurar que vi amor en sus ojos antes de que la luz se opacara en ellos.
Lloré también, por haber matado a la única compañía que había tenido a cambio de mi libertad. Y empecé a entender que tan alto podría ser el precio. Un rencor anidó en mi, pequeño al principio, hacia aquel príncipe que no llegó nunca y hacia aquel caballero que se dejó matar.
Una vez más, considere abandonar todo y volver a mi cálida estancia, llena de mis libros favoritos, mi cama mullida y mis encantadoras cortinas.

¡No!

Sacudí mi ropa, como si la sangre ya no estuviera ahí, como si el polvo de mi cara no importara, como si mi pelo no fuera un completo desastre.
Caminé hacia las altas murallas. No había puertas. Escalé, cayendo mil veces, raspándome los codos y rodillas unas quinientas veces y después de haber perdido todas las uñas, llegué arriba.
No tenía opción. No podía bajar de otra manera: me tiré.
En un grito mis piernas fallaron y caí de bruces sobre el pasto. Con los tobillos hinchados, pensé otra vez, en aquel cobarde príncipe que nunca fue a buscarme.
Arrastrando seguí camino, ya sin considerar en volver. Porque de ninguna manera iba a escalar esa muralla de nuevo.
Ante mi crecían unos rosales magníficos, con un perfume abrumador, un rojo casi cruel. Y unas espinas…
Rengueando y con los antebrazos en la cara para proteger algo de mi belleza, comencé a avanzar. Las heridas ardían y lentamente la sangre iba tiñendo mi vestido.
Lamenté seriamente no haber pasado la espada hacia este lado, para abrirme camino.
Con mi cara empapada en lágrimas y sudor, llegue a cruzarlo todo.
Por primera vez las rosas me parecieron las flores más horribles que pudo haber creado Dios. Y las odie. Y odie al cobarde príncipe marmota que nunca llegó. Y odie mi estúpida esperanza de encontrarlo. Y odie mi tiempo perdido en esperarlo. Y me encontré allí, habiéndolo atravesado todo SOLA.
Y llena de cicatrices por ello.
Completamente lastimada y con mi pulcritud pérdida, comencé a anhelar esa euforia que sentí al bajar las escaleras.
Mire mis manos, antes delicadas y suaves. Ahora curtidas y sin uñas.
Miré mi vestido, antes hermoso y correcto, ahora puras hilachas sueltas, bañadas en sangre, polvo y sudor.
Miré mis cabellos, antes brillantes, largos, etéreos. Ahora áspero, sucio, desparejo.
Mis zapatos rotos y mi alma hecha pedazos.
Todo lo que yo era comenzó a morirse. Ya no más amable, elocuente, simpática. Ya no más tierna, graciosa, ingenua. Ahora independiente, autónoma, entera.
Caminé como pude, pero con ojos secos y el mentón bien alto.
Treinta o cincuenta pasos.
Un magnífico corcel se paró delante de mí dejando bajar al más maravilloso adonis de la tierra. Un deseo atroz de venganza comenzó a invadirme y pude sentir cómo la ira aplacaba mi voz. Vi compasión en sus ojos y me preguntó si podía ayudarme. “Su caballo” le dije.
“Este lugar está maldito y los animales se vuelven en contra de uno. Entre allí solo. Y no lleve armas, porque debilitan el cuerpo con su peso. Dicen que del otro lado hay una princesa que lo espera. Apúrese. Y no lleve zapatos, así le demostrará lo sagrada que es su existencia”
El muy idiota me cedió su caballo y sus zapatos. Y se fue feliz hacia la contienda.

Hoy, ya no lo espero. Ni quisiera encontrarlo. Un regocijo viene a mí, cuando pienso en las heridas que les proporcionaron las asquerosas rosas o las caídas de la muralla. Lamento todos los días haber matado al dragón, solo por no tener la fantasía de que lo hubiera devorado. He oído por ahí que hay un príncipe loco, buscando una princesa de una torre vacía. Y que visita a brujas que le conjuren un mapa o una brújula para encontrarla.
Yo solo sonrío satisfecha, porque ya no soy esa princesa dependiente del príncipe salvador. Y mis sueños son otros. Y mis alegrías también.
Pero que satisfacción siento al saber que hay un príncipe por allí, que espera impaciente que su princesa aparezca.

domingo, 11 de agosto de 2013

Amigo Mío:


            Hace un tiempo ya que no hablamos, pero me urge contarte algo que ha ocurrido el pasado domingo. Y si, sé que siempre me decís que compartimos mucho pero que en lo esencial discrepamos totalmente.  Siempre pensé que tenías razón, sin embargo, nunca consideré esa diferencia como importante. Siempre pudimos hablar, a pesar de estar enojados (y no, no te creo que no te enojas), a pesar de esperar más del otro. De alguna manera, sorteamos esas olas peligrosas en este mar en que se transformó nuestra amistad. Y sinceramente hoy me río de mi torpeza, de mi atroz ingenuidad, aún a pesar de haberme llevado puestos varios paredones por delante.
Estaba decidida  a demostrarte, me corrijo, a mostrarte que estabas equivocado. Que el mundo podía funcionar correctamente de la manera en que yo lo veía. Con esta mente hippie y este alma truncada, con aquello de paz y amor y vos… llorando en un Ferrari. Sin planearlo, el día quiso ir moldeando mi experimento. Los chicos corrían entusiasmados, mientras mamá preparaba los bolsos. Mi hermano llevaba canastas llenas de galletitas, facturas, equipos de mate. La conservadora era esencial, con este clima, repleta de hielo, gaseosas y algún que otro heladito. Íbamos a pasar el día en Punta Lara, allá, casi en La Plata. Cerramos todo, revise por décimo segunda vez haber llevado el factor solar y emprendimos viaje. Todos en el auto no entrábamos, así que Dany y mi hermano se fueron en la moto.
Salimos de la avenida y por una razón que desconozco (seguramente me dijeron pero estaría muy embobada con vaya a saber qué cuento), tomamos un camino que parecía sacado de una película asiática. Un sendero del ancho del auto, de tierra, con unos árboles inmensos formando una especie de cueva sobre nosotros. Miles de enredaderas que subían eternas con unas flores violetas o azules (no sabría decirte). Mariposas amarillas que volaban totalmente ajenas a nuestra interrupción. Mis bebés mirando por la ventana (con la misma cara que debía tener yo), como esperando que en cualquier momento saliera de esos bosques algún duende o ninfa para hipnotizarnos con su danza o lengua nativa.
Y ahí nomás te apareciste en mi mente, me preguntaba como reaccionarías en un lugar como este, sin un pelo de civilización a kilómetros de distancia. Con esta paz absoluta,  dónde solo nosotros quebrábamos ese silencio que es solo un silencio a penas, por que esta lleno de cigarras y murmullos del viento. Debo confesar, amigo mío, que me sentí como en casa.
El camino siguió, y lentamente fue transformándose en uno parecido al del siglo XXI. Alguna quinta por allí, algunas casitas por allá,  un poco más adelante pudimos ver una plaza, después un edificio, luego varios. ¡Ay! Pero mi mente seguía con aquel camino mágico, lleno de cositas que ya no se ven. Finalmente accedimos a la ruta que da al río, con esa calle bacheada provocando mi enojo, porque hace rato ( y se nota) que el municipio no me mueve un dedo por esa zona.
Sin embargo, todo lo ocurrido después ha sido tan desastroso, ridículo e innecesariamente triste que no supe cómo reaccionar. La mágica aventura aquí termina, dejando una horrible sensación de frustración. El bendito auto se rompió. Sí, se rompió. Imposible de arreglar en ese lugar y momento. Dany (que iba tras nuestro cual escolta), intento por todos los medios solucionar el “inconveniente”. De repente estábamos todos dispersos por el llano del costado de la ruta, buscando alguna cosa que pueda suplantar lo que se había roto. La imagen me pareció tan estúpidamente contradictoria que no pude ahogar mi carcajada. Por supuesto que me llovieron insultos no muy cariñosos. Es importante que resalte que en ese lugar no había ni un desgraciado árbol que pudiera cubrirnos del calor o recrear alguna brisa. Nada.
La primera reacción de todos fue dejar el auto y llegar a la playa (como sea). No era posible caminar esa distancia con los chicos, la realidad es que sin los chicos de todas maneras hubiera sido la muerte. Sin sombra y nada de brisa caminar los dos kilómetros que faltaban… No.
La solución llego de manos de mi madre, cuyo carisma nos salvó una vez más. Hizo una llamada. Prácticamente en veinte minutos llegó nuestro salvador. Montado en su Toyota Hillux, subió a mujeres y niños, devolviéndonos a nuestro hogar en media hora y sin ningún paseo maravilloso. Solo autopista y el aire acondicionado. Ninguno de los chicos profirió sonido. El silencio en ese viaje fue sepulcral. Cargado de emociones inconclusas dificilísimas de poner en palabras de manera tan inmediata. Tan solo mi madre en toda su inocencia se animo a pronunciar “estábamos tan cerca…”.
¿Cómo explicar el desaliento en cada uno de nuestros ojos, cuando (¡Ni siquiera!) los chicos profirieron una queja? Sinceramente no sabía si alegrarme de su buen comportamiento o quedarme con el corazón roto al ver que rindieran tan fácil ante la derrota. ¡O peor aún! Que estuvieran acostumbrados a ella.
El final del viaje, y mi pérdida en la discusión imaginaria, dejaron en mi una sensación rara que todavía no puedo (¿descifrar?) poner en palabras.
Más allá de todo esto, me resulta importante que supieras: muchas veces te llevo conmigo.

Y habiendo contado esta peculiar anécdota, me voy despidiendo… Tal vez, con un poco de buena ventura, pase poco tiempo desde que leas esto hasta que puedas escucharme. Y yo a vos, claro. El monólogo puede ser interesantísimo, aunque después de un tiempo dan ganas de que tenga la boca ocupada. I know that.


viernes, 9 de agosto de 2013

Migraña.


Perdida. Las voces llenas de silencios. Mi cabeza retumbante. Mis ojos latientes.  Esta voz que no surge, que no sale. El vacío. La nada. El mundo lleno de inexistencias, los retardos. Las ausencias.
La casa vacía, este frío, poderoso frío. Mi piel demasiado sensible, demasiado fugaz su toque.
El sol brilla, a pesar del invierno. Y es todo tan oscuro!
Mis manos tiemblan, mi corazón retrocede… este palpitar de mis ojos, este dolor en mi mente.
Letargo, tedio.
Lágrimas conquistadas, vacíos retenidos.
Lentitud, todo es pesadez.
Corro, corro, corro. Mis ojos van a estallar, mi respiración pastosa.
Puedo escuchar las grietas abrirse despacio.
Los quiebres de mi cabeza, en un retumbar hiriente.
Cada centímetro cúbico de mi sangre arrasa hirviendo mis venas.
Duele. Cada pensamiento duele.
Cada ruido.
Cada luz.
Cada voz.

Y se rompe, se fisura mi euforia. Sueño al fin.

domingo, 4 de agosto de 2013

Muñeca Muerta, Muñeca Rota.



Con mis manos hice una muñeca para vos. Rosadita, de gesto imperfecto, de zapatos azules y vestido haciendo juego, de brazos flacos y trenzas escuetas. Con ojitos cerrados y una sonrisa grotesca. 
La amaste, desde la primera vez que la tuviste en tus brazos la amaste.
Y me gustó tu alegría… Pero me daba vergüenza, porque a mis ojos, la muñeca era fea. Era flaca. Era burda. Era triste.
Y en lugar de llenarme de tu gozo, empecé a idear el momento para arreglar sus defectos, buscando tu distracción para robar a tu amiga y mejorarla.
Cuando lo conseguí, cambié sus ojos cerrados, por  unos simpáticos ojos grandes llenos de luz.
Cambié su sonrisa grotesca, por un delicado gesto amable con una boca pequeña.
Cambié su vestido, agregué moños a su pelo simplón…
Y te la entregué, esperando el doble de devoción a tu magnífica amiga.
Pero lo que percibiste al verla fue deformidad y se reflejó en la calidad de tu grito.
Un grito de impotencia, cargado de lágrimas.
Un grito de acusación.
Un grito de abuso.
Un grito de traición.
Me rompió el corazón.
No quisiste mirarla, no quisiste tocarla. Llorabas sin consuelo.
Yo había matado a TU AMIGA.
Arranqué sus ingenuos ojitos cerrados, que en mis manos no eran más que hilos enredados. Ojitos que ya habían compartido tu sueño, confiando en tu compañía.
Suprimí su boca, esa que seguro ya te había hablado de hadas y duendes, sólo para coserle una que a mis ojos diera satisfacción.
Cambié su cabeza… ¡hasta su identidad hice trizas vistiéndola como lo que no era!

Invadí tu espacio, hija. Tu amor por esa muñeca. La maté, te robé su amor.
No supe ver que en todo lo que yo veía fealdad y ridículo, encontrabas armonía, amor, seguridad.
La creé con mis manos, y con mis manos la maté.
No puedo explicar las veces que intenté revivirla para vos, las veces que ensayé la ingenuidad de sus ojitos cerrados o su sonrisa enorme. Ni cómo traté vestirla como antes.
Cómo vos la veías.
Tantas tardes pasé tejiendo y destejiendo tu amistad…

Lo sé, fui yo.
Perdoname.

Sintiéndome la peor madre del universo, por última vez, cerré sus ojitos, dibujé su gran sonrisa, rehice su vestido. Y la dejé sobre la mesa. Rendida en mi impotencia.
Hija, vos la viste.
Te acercaste, interrogante… La miraste y con una gran sonrisa de alivio, de júbilo… la abrazaste.
Lloré al ver que vos veías la esperanza. De que a pesar de todas las veces que tu muñeca había cambiado, encontraste en ella eso que te surgió la primera vez.
Lloré al entender, que no importa lo que otros digan, sino lo que vos sientas.
Lloré al aceptar que mi vanidad me hace cometer los errores más tristes.
Lloré porque una vez más, me enseñabas lo pequeña que soy al lado tuyo.

Lloré, hija, porque me perdonaste.

viernes, 2 de agosto de 2013

Vida sin Amor (?)


Aquello del saber y del desconocer son a veces tan confusos que me resultan hasta promiscuos.
 En los momentos de catarsis, en los que uno se mete muy dentro de la nada, y logra fusionarse con ese yo oculto en una estática de pensamientos a base de lentitud... Será entonces...
¿Paz?
 En ese universo pautado del yo con uno mismo, en donde se convive sin culpas, sin apuros, en ese rinconcito de la mente que sólo unos pocos pueden llegar (no por inteligencia, sino por una paciencia cuasi autista) donde uno se relaja y se olvida de enrededor, como entrando a esta dichosa burbuja que muchas veces he mencionado, es de mugres internas (que no huelen tan mal) y penas pasadas (que ya no lloran) ... la de cicatrices de alma, del tiempo...

¿Hemos tenido ya el corazón roto? 

¿Hemos conocido fielmente el amor puro y verdadero de cuentos de hadas?
En esa soledad, puede uno sincerarse y responder... Aún no sé si he amado. Trágicamente esa duda solo me lleva a la firme negativa.
¿Conoceré ese sentimiento algún día?
¿O es que acaso no ha nacido en este mundo la persona que me desboque el alma y el sistema nervioso? Con mi familia ya hecha, con mis hijos creciendo... me pregunto...
¿Como puedo enseñarles a que nunca se conformen con menos de eso? 
Con ese amor loco y arrasador que no puedes ignorar. La vida es mucho más excitante si la recorres enamorado.
¿¿¿Certeza???

Demonio y Ángel



Cientos de demonios, en el auge de su aquelarre, danzantes, eufóricos en su horror, bañados en sangre excitados, hambrientos, furiosos. Envueltos en una parca oscuridad, salpicada por las llamas del mismísimo infierno. El espectáculo era sencillamente hipnótico.
Tanta pasión, tanta desesperación.
Y este ángel que cubría su luz con un enorme sobretodo negro, solo para espiar. Trataba con todo su ser y no lograba entender.
¿Qué tendría de fascinante aquello?
Todo ese ruido, la sangre, demonios devorándose, montándose unos a otros. Cientos de cuerpos confundidos y zigzagueantes. El placer de sus caras, el disfrute ante el dolor propio y ajeno…
Uno en particular, aquel de piel morada y andar sensual, que reía y gritaba de felicidad eufórica.
Ese, al que le brillaban los ojos, cada vez que se arrancaban un miembro.
Ese, que disfrutaba más que los otros.
Ese que aspiraba el aire viciado de carne rostizada, como si fuera el más dulce de los perfumes…
¡Ay! Ese.
Y aquí nuestro ángel, con sus ojos aguamarina, tratando de entrar en la esencia del demonio.
Se hizo sentir, se dejó conocer por su admirado. Y con una respuesta silenciosa, ese demonio buscó la mirada aguamarina y le sonrió…
Fue una sonrisa incitante, como de alguien que comprende. Fue cómplice y sensual, Sucio y entusiasta.
Más, nuestro ángel no tenía más talento que su luz. Con necesidades nulas y por completo desprendido de todo ser o cosa. Sin ningún apego o talento o (vale decir) pasión. Toda esta exacerbada demostración le resultaba fascinante. O así habría sido, de haber tenido la capacidad de asombro.
Lo que sintió el demonio venir desde este híbrido curioso fue algo muy parecido a la envidia y regocijándose hasta la médula culminó en un frenesí caníbal ante esta sensación de poder sobre el iluminado.
Y entre la incomprensión de uno y el triunfo del otro, entre la franca crueldad y la forzada piedad hubo un instante de entrega mutua. Una visión sostenida de ambos en profunda y recíproca fascinación. Entre los silencios de uno y los estruendos del otro, se creó (inevitable) un magnetismo armónico, donde uno era más y otro era menos.


Se pertenecieron. 

El Gato Mufa

Íbamos caminando por la orilla de una playa, cuando a lo lejos encontramos un barco encallado, en ruinas.
Y vos, hija, me preguntaste “¿Qué le habría pasado?”
Después de vagar siglos, por las mareas del océano, este barquito vacío vino a encallar en estas playas, donde justo, nosotras caminamos, sólo para que yo te pueda contar esta historia.
Historia inventada a medias… de un marino rabioso, que una vez amó.
¡Ah! Pero este marino, hija, no era como vos y yo. Este marino era un gato.
Un gato bastante antipático.
Le encantaba estar en su barco, viajando por continentes… no tanto para conocerlos (porque de tierra firme, pocas cosas le atraían), sino por el agua en sí.
A Mufa, que así se llamaba, le encantaba estar sobre el vaivén de las olas. Sentir la brisa mover su pelaje. Incluso cuando las nubes le tapaban el sol y todo parecía más siniestro. Porque a Mufa, no le gustaba la gente.
Le molestaba tener que hablarles,  o que le hablaran. Por supuesto que todo tiene una razón, Mufa había nacido negro. Y ya sabés lo que dicen…
 ¡Los gatos negros, traen mala suerte!
Y este gatito creció creyendo que era cierto.
Nadie en su familia pasaba tiempo con él. Lo alimentaban rapidito. Casi no le hablaban. Lo dejaban siempre solo. No porque no lo quisieran, sino por que le tenían miedo. Pero Mufa, no entendía eso. Sentía que algo debía andar muy mal con él.
Entonces, los odio a todos. Creció enojado. Solo. Sin amigos. Sin abrazos. Y si ningún talento para relacionarse con los demás. Hablando con pocas palabras. Mirando siempre de lejos.
En el agua, sin embargo, se relajaba. Porque, como sabes, hija, todos los gatos le tienen miedo al agua. A Mufa le pareció muy lógico encontrarse cómodo en un lugar que a otros les parecía tan horroroso.
¿Y sabes qué, hija?
Mufa pensaba que el mar era maravilloso. Le encantaba. Lo calmaba. En el mar, Mufa era Capitán de un barco. En tierra firme, Mufa, era el gato que daba mala suerte.
Pasó el tiempo, y Mufa se hizo adulto. Un día conoció a una gatita, que no huyó apenas lo vio. Y si bien, Mufa no la adoraba (de hecho, le caía bastante mal), decidió que era su mejor oportunidad para tener su propia familia. Así que, se casó con ella. Y tuvieron un gatito.
“¿Cómo se llamaba?”
Se llamaba Dulce.
Sin embargo, este no era un final feliz para Mufa. El pequeño Dulce creció, teniendo miedo a su papá. Y Mufa no se le acercaba porque veía el terror en sus ojos. Entonces, se alejaba cada vez más de su familia. Se quedaba muy poco tiempo, en su casita en el bosque. Y siempre volvía al puerto, a su barco. Y hacía largos viajes en silencio. Con el murmullo de las olas.
Dulce, el hijo de Mufa, creció y se convirtió en un gato súper amable, paciente y atento. Sin embargo había una gran distancia entre ellos. No lograban relacionarse.
Después de un tiempo, Dulce conoció a una gatita muy pequeña (que se llamaba Tití) y a su joven madre. Y Dulce se enamoró. Cuando las conoció, supo en su corazón, que ellas dos eran su familia. Eran muy felices viviendo los tres juntos.
Hasta que llegó el día en que Mufa volvía de uno de sus largos viajes en el mar, para encontrar que en su casa había nuevas personas. A la primera que conoció fue a la pequeña Tití. Y para sorpresa de Mufa, la gatita no tuvo miedo.
Porque lo que no te dije, hija, es que Tití también era negra como la noche. Pero nadie le había dicho jamás que ella daba mala suerte. Al contario, estaba acostumbrada a muchos mimos y atenciones.
Mufa no recordaba en su memoria de gato viejo, que alguien lo hubiera mirado con la misma intensidad que esa gatita. Con la misma inocencia. Y sobre todo, con la misma confianza.
Con sus ojitos enormes, lo capturó. Y Mufa sintió unos deseos irrefrenables de jugar con ella y hacerla feliz.
Nadie había escuchado a Mufa reír a carcajadas, pero Tití lo lograba fácilmente. La pequeña gatita conseguía cierta magia con él, había como un secreto entre ellos.
Y para sorpresa de toda la familia, Mufa ya no viajaba tanto. Pasaba mucho más tiempo en casa, y si bien, no hablaba mucho con los otros, cambiaba bastante cuando estaba con Tití.
“¿Se transformó en su abuelo?”
Claro, hija. Mufa ahora tenía una nieta. Pasaron muchos años, y Mufa se hizo muy viejito. Un día enfermó y ya no pudo recuperarse. Tití lo acompañó todo el tiempo. Ella le contaba historias, le leía cuentos. Lo entretenía con anécdotas graciosas…
 Hasta que un día, Mufa murió.
Tití se puso muy triste, y estuvo enojada muchos días. No hablaba con nadie, ya no reía.
Entonces, Dulce habló con ella.
“Estaba muy triste, mamá.”
Sí, hija. Pero lo que Tití no sabía, es que ella le había regalado lo más hermoso que alguien le puede dar a otro. Y fue la capacidad de amar. Tití iluminó la vida de Mufa, llenándola de risas, de color, de frescura. Mufa jamás volvió a sentirse solo después de conocerla. Y murió feliz. Porque se sintió amado y cuidado por ella. Sintió que era importante. El nunca había sentido eso.
Cuando Dulce se lo explicó, Tití se sintió en paz. Y de a poquito, volvió a reír y a jugar. Y a tratar de contagiar esa alegría a otros, porque entendió lo maravilloso que puede ser encontrar una cara amable en un mundo de miedos.
“¿Y qué pasó con Tití mamá?”
Tití creció hija. Y tuvo hijos. Y fue feliz. Y de vez en cuando pasea con alguno de ellos y les cuenta historias también, mientras caminan por alguna playa. Una playa casi como esta.


lunes, 29 de julio de 2013

Jerry Lewis, La máquina de escribir.

En la Oscuridad

En la oscuridad, vos y yo somos los mismos. En esta distancia que nos une mucho más de lo que nos aleja, en este hablarnos así, tan lento, este esperarnos para ver si nos vemos sin vernos y sin embargo viendo tan claro...
Caminamos de la mano, a la orilla de este mar de palabras, acariciándonos con frases y poemas. Sin más contacto que el deslizar de dedos sobre el teclado y sin más vista que la fuente que elijas para seducirme…
Sé que sabes que hay dentro mío, porque vivo  caminando como libro abierto, de fácil lectura… sin demasiadas vueltas. De vos, que me lees, imagino tu cara, tu expresión… incluso que sentís al descifrar mis garabatos. Y a veces no quisiera conocer más. No quisiera perder este encanto, este hechizo mágico que hizo de la coincidencia un regalo y hasta tal vez esa respuesta a la pregunta que una se hace cada día…
¡Son tan frágiles los vínculos con las personas! ¡Tan maleable el afecto que se profesan diariamente!

Me deleita saber que estas ahí, leyéndome de ese lado.  Que yo haya dejado la ventana abierta de este torpe corazón para que espíen, con esta esperanza infantil, de que alguien pueda sentir ternura y esa tonta necesidad de cuidarme. Es adrede y hasta calculado. Y corro un gran riesgo con esto, porque me dejo vulnerable con el mundo. ¿Y sabes qué? A veces el mundo es cruel y desconsiderado. Incluso peca de soberbio y saca conclusiones apresuradas. Y trato que no importe, porque estoy decidida a hacer este mundo más sincero y sensible. Más compasivo y empático. Porque con todo el corazón quisiera que las personas se tomen más tiempo para mirarse a los ojos y los cierren cuando abracen a la persona que quieren. Que hagan más pausas al hablar, para que demos tiempo al otro a acomodarse a nosotros. Que sonriamos al desconocido y le brindemos siempre una palabra amable. 
Una palabra amable.
¡Y reconozco que es tan utópica mi esperanza!    
Supongo que mientras más seamos los que hablemos, así claramente de lo que nos pasa, será cada vez menos raro, cada vez más fácil, nos saldrá solito. Somos un universo cada uno de nosotros y ¡estamos tan llenos de matices que negamos! Nos mezquinamos tanto de nosotros mismos por no animarnos a ver… 
“la verdad nos hará libres” dijo un hombre hace dos mil años… y todavía no entendemos.

¡¡¡Adicto planeta adolescente en abstinencia!!!                     

Adorable



Abre los ojos, sólo ve los cuadraditos de luz que tratan de atravesar la persiana. Recorre las cosas de la habitación tratando de recordar porque esta ahí. Mucha ropa amontonada arriba de una silla rota. Un montoncito de basura con una escoba gastada al lado, la cama totalmente desarmada y un acolchado intenta cubrirla. El mueble que tiene adelante tiene la puerta caída y se pregunta quien querría vivir así. Siente un brazo bajo su cuello y automáticamente se tensa. Se sienta con brusquedad en la cama, que tiene un pronunciado pozo en el colchón, y mira al individuo que duerme como si el mundo no importara. Ve la saliva que cae sobre la barba y se pegotea contra la almohada. También ve que tiene un ojo a medio cerrar y se pregunta si la está espiando. Se levanta y un intenso malestar en el abdomen le recuerda la noche anterior. Siente la sangre seca que chorreó sobre sus piernas. Recuerda el dolor. Vuelve a mirar a ese hombre y siente náuseas. Quiere bañarse, quiere salir corriendo. Trata de recordar si había algún lugar para lavarse cerca, comienza a juntar sus cosas. El lamentable tipo despierta.

“Hola preciosa”.

Se seca la saliva con el dorso de la mano y se levanta. Puede ver que también él tiene sangre seca por todos lados. Más rápido de lo que le hubiera gustado le da un fuerte beso en la boca y le lame los labios. Horrorizada se aleja y trata de no ser tan obvia al limpiarse la cara. Sin embargo le queda impregnado su fétido aliento.

¿Quieres volver a la cama conmigo?”

Ella niega vehemente y él le indica un lugar para lavarse.

“No uses las toallas del baño, todo acá es muy sucio.”

Ella siente que no se refiere sólo a la mugre visible. Pero no pregunta. Solo quiere salir de ahí.

Se limpia como puede, cubre su desnudez con la ropa que odia. Vuelve a la habitación y ese inmundo hombre le dice que van a desayunar. Se inventa una sonrisa. Salen del lugar caótico y en un sucucho toman café con leche y medialunas. Son más de las dos, tenía hambre. El tipo le cuenta toda clase de anécdotas de cómo es querido y admirado por los que conoce. A ella le parece un farsante con ínfulas.

“Espero que la hayas pasado tan bien como yo. Quiero verte otra vez. Yo te puedo ayudar.”

Ella le agradece y recibe los billetes. Se despide y toma un taxi.
Llora todo el camino de vuelta a su casa.

Es un Secreto.


Les voy a contar una historia.

Pero van a tener que prometerme suma discreción, las personas involucradas se verían seriamente afectadas si llegara a sus oídos. Por supuesto, voy a cambiar los nombres, pero es tan particular que de todas formas lo notarían.

Los hechos suceden para una razón. Buena o no.
Si un hombre fiero, hace muchos años, no se hubiera enamorado locamente de una nena…
O si por algún momento hubiera sido correcto y responsable en sus actitudes y se hubiera mantenido alejado…
O si tan sólo se hubiera detenido antes de violarla…
O si tal vez, hubiera sido más feroz o incluso más violento…
 O tal vez sí no se hubiera escapado después del cruel acto…
O si tal vez la nena no se hubiera sentido unida a él por aquella “pecaminosa” situación…
O quizás, de no haberlo seguido a través del país para ocultar su vergüenza al haber sido desvirgada (por qué prefería quedarse con el violador que enfrentar la paliza de su padre), solo para guardar las formas…
O tal vez, por su mismo empecinamiento, no le hubiera dado cuatro hijas…
Y sí -tan sólo- tal vez, sus hijas no hubieran heredado la pasión y terquedad que aquellos dos compartieron a lo largo de tantos años…
O quizás si alguna de ellas no hubiera sido tan hermosa…
De hecho, si un hombre no se hubiera enamorado de una de ellas, y si esa misma mujer no lo hubiera rechazado y herido en lo más profundo de su orgullo…
 Y si él no hubiera querido vengarse seduciendo y casándose con una de sus hermanas…
 O si tan sólo, el hombre nunca hubiera confesado su falso amor…
 Si tan sólo hubiera callado…
 O si lo hubiera confesado muchos años después, cuando esta mujer ya hubiera criado sus propias hijas…
 O si la mujer hubiera sido más compasiva y no hubiera descargado sus frustraciones con las nenas…
O si tal vez, las nenas se hubieran criado en un ambiente contenedor y no en uno tan falto de cariño, abrigo o alimento…
O si tal vez, en lugar de cariño en sus vidas, buscaran dinero o fama…
O si tal vez hubiera, una de ellas en particular, recibido un poco más de cariño que una paliza correctora cada tanto…
O si tal vez, no hubiera tenido que trabajar desde chiquita y estar habituada a andar por los trenes…
 O si tal vez no se hubiera quedado tan embobada al conocer aquel muchacho…
O si tal vez hubiera sido instruida en el arte del amor y sus consecuencias…

 Si tan sólo uno de todos esos enredos, hubiera ocurrido de manera diferente, yo no habría nacido.



Triunfo Robado

Ahí esta ella… charlando como siempre… Se ríe sin sonido y sus bucles tiemblan. La observo detenidamente y decido que no es tan linda. Pero no puedo dejar de mirarla. Son tal vez sus ojos pequeñitos, que me sonríen cuando nos cruzamos. O será tal vez su piel, tan brillante, que ella descaradamente roza con la mía y siempre es tan tibia… O tal vez, cuando nos quedamos encerrados en la bóveda y no hicimos más que mirarnos en silencio durante horas. O es tal vez su ombligo, que se mueve hipnótico cada vez que hace su baile. Como ahora. Solo puedo pararme en mitad del salón y mirarla. Se me apagan los sentidos, las luces se oscurecen, la música no se oye. Ese lento movimiento con sus ojitos cerrados me magnetiza. Me provoca seguirla. Me niego a tocarla, a sentirla, a perfumar mi piel con la suya,  a enredar mis dedos en su pelo negro. No quiero confirmar la suavidad de sus labios, ni el peso de sus pechos. Odiaría escuchar el tono de sus susurros cuando explote, o el temblor en su cuerpo. Por favor que no abra los ojos. Trato de moverme, mirar hacia otro lado. Casi lo logro, ya tome el control de mi cuerpo. Ay! Pero ahora me mira, hay cientos y me mira. Tengo que salir, me voy. Bajo las escaleras con la bandeja en mis manos. Estoy corriendo, llego al camarín y me calmo. Respiro profundamente. Tengo tanta sed. Se escuchan los aplausos en el piso de arriba. Ya está. Terminó. Casi me siento alegre. Recupero la confianza, abro la puerta. Ahí esta ella, bloqueándome el paso. Dios mío, me mira. Me esta matando con sus ojos negrísimos. Da un paso adelante y yo solo retrocedo. Entra y cierra la puerta, sin dejar de mirarme. Esta muy seria, hasta parece enojada. Tiene ese brillito en sus ojos y su pecho sube y baja. Se humedece la boca, hambrienta. Avanza nuevamente y nuevamente retrocedo. Escucho como suelta el aire lentamente por su nariz. Y no, no quiero rozarla con la mía. Un paso más atrás y siento como la pared en mi espalda me detiene. Mis cejas se juntan, adivinando lo peor. Veo el triunfo en su mirada, siento pánico. Entonces, me besa. Siento sus labios y si, son adictivamente suaves. Siento sus pechos en mi pecho y si, son tentadoramente firmes. Su piel, sigue aún siendo tan tibia… Y entonces, la escucho. Una risa acumulada en su garganta. Estoy perdido.

Un Día en mi Vida

Sentada en el inodoro, miraba con atención los dibujos que el polvo hacia en el suelo. Pestañeaba pesadamente, saboreando ese nuevo pensamiento.  Mi boca seca, gritaba un beso. Y en un ruego silencioso, estire mi garganta al techo, imaginando el momento exacto de la primera penetración.
Casi escucho los sonidos que hacen estos cuerpos cuando chocan, casi siento las manos que tocan mi piel. Ya jadeante, y con la cara empapada en sudor, decido levantar mi bombacha y acomodar mis pantalones. Me paro, me miro en el espejo. Los cachetes rosados, los labios húmedos, mi pelo erizado y algo de brillo en la frente.
“Estoy bien (me digo), ya vendrá” Abro la ducha, decidida a limpiar mi mente de perversiones y morbos solitarios. Pero me arrepiento y dejo algunos. “Solo por diversión”.
El día comienza y hace calor. El agua de mi pelo moja mi remera, brindando fresca satisfacción a mi pecho. Sonrío por eso. Corro mi cortina-puerta de baño y veo como la bebé ha despertado. Y sonríe también, como cómplice secreta. Miro muy adentro de sus ojos y creo que no es tan chiquita, veo sabiduría en esos ojitos negros. Y lo lamento, porque sé que se ira pronto. Sé que cuando pueda armar frases, ya no podrá explicar mis dudas universales. Arruga su nariz, y me cierra fuerte los ojos. Tengo la mamadera  lista y cuando se la muestro, finge un desmayo. Me acerco, abre y cierra sus manos. “Preciosa”. Le doy su leche, mientras  acomodo su pelito en la frente pegoteada. Hace calor. “Dios bendiga los ventiladores”.
Salgo al patio, respiro fuerte para tragarme todo el aire de la mañana, asi nuevito. Miro los árboles, deseando que el viento mueva sus hojas un poco. Espero. Nada. Sin viento. Hace calor.
Voy hasta la casa de adelante para despertar a todos. El susurro de los ventiladores me obliga a andar más lento, como coreografiando mis pasos. Pongo la pava al fuego. Prendo la computadora. Miguél Bosé. Y un poco de flores al aire. Chequeo mis mails como una loca, sabiendo perfectamente que no hay ninguno. Busco en Facebook, algún comentario bonito, algún gesto amable. Nada. Silencio en la web. “¿No será usted un fantasma virtual?”. Prácticamente. Suspiro largo y hondo. A trabajar.
Recibo al panadero. Preparo el desayuno a los chicos. Cambio de canal, ese dibujito no les gusta. Acomodo sus almohadas, la leche en la cama. Vuelvo al negocio, lo abro. Se despiertan los habitantes de la casa. Empiezan los comentarios sarcásticos para saber quien esta más hinchado. Me río. Vuelvo atrás, los visto. Salen a jugar. Vuelvo al negocio. Repongo bebidas. Traigo heladitos. Me acuerdo de la ropa. Prendo el lavarropas y me dispongo a lavar. Vuelvo atrás, levanto el desayuno. Rocío el piso, barro. Vuelvo al negocio. Atiendo a tres personas. Con dos me río. El último seguía durmiendo. Llegan del mercado, a organizar la mercadería. Los nenes lloran, se están peleando. Los pongo en penitencia (porque es feo pelear con los hermanos). Cuelgo la ropa. La beba gatea y se mete hojitas en la boca. La persigo. La llevo atrás. Mira la tele mientras lavo los platos. Decido que es mejor atar mi pelo, me molesta. Busco como una maniática una hebilla. Finalmente una lapicera logra el mismo uso. Cambio de canal buscando música. Bailo. La beba se ríe. Un beso sonoro y volvemos adelante. Planifico el almuerzo y verifico los ingredientes. Voy con todos los chicos a la carnicería. Les muestro las nubes, las flores, ese árbol nuevo que hoy esta más alto. Porque seguro hoy tomo toda la leche. Pasa una mariposa y quedan maravillados. Amo su sorpresa. Sonriendo llego a la carnicería, espero mi turno, controlando que ningún chico se escape. Compro. Vuelvo. Preparo ese guiso que me sale tan rico. Pico, pico, pico.  Tapo la olla y busco a los nenes. Me siento un segundo y fue suficiente. Ya soñaba despierta. Ya me había vestido como en mil ocho diez y era la lavandera.
Riendo atiendo el negocio, procuro sonreír a cada persona que llega a comprar. Listo el guiso, a servir el almuerzo. Siete platos. Pienso en eso, en como agrande la familia por puro gusto. Se me escapa una lágrima y sigo. Mi madre me ve y aprieta los labios. Mueve la cabeza apenas y lleva una jarra de jugo. Me siento a comer, pero alimento a los nenes. Cuando terminan, también terminaron todos. Se levantan de la mesa. Entonces mastico rápido, para no comer sola. (Porque es muy feo seguir comiendo una vez que todos se han levantado). Llevo a los chicos  a dormir la siesta y me recuesto a su lado… y me voy con la mente.
Conozco a un muchacho, con una barba de tres días. Amable, torpe. Con unos ojos tan negros como los míos y hace pausas al hablar para mirarme. Y a mi me encanta. Somos amigos, después somos amantes. Y terminamos siendo el amor del otro. Sonrío ante mi esperanza… y suspiro deseando que realmente pase. Vuelvo a mi realidad, se durmieron. Hace calor. Miro el techo y planeo hacerlo más alto. Las paredes más firmes. Tal vez dos columnas. Y que bueno sería una o dos habitaciones arriba. Una cocina bonita. Amplias ventanas. Ya me mude, estoy en otra casa. Una que hice yo, trabajando duro. Con cerámica beige y paredes blancas. Esmaltadas. Para que los chicos puedan dibujar y no sea difícil limpiarlo. Tres pufs. Un patio techado. Suspiro otra vez.
Quiero leer, quiero ver una película. Los chicos casi despiertan. Hago zapping. Nada me convence, asumo que fue una perdida de tiempo. “A la noche escribo”.
Llaman. Atiendo. Tres cervezas, dos helados, pan. Preparo la merienda mientras se despiertan los chicos. Abren el negocio por mi. Pongo más ropa a lavar y me pregunto seriamente si alguna vez terminare con eso. Vuelvo a la casa, miro a mis hijos tomando la leche. Y charlan. Charlan. Me fascino por un instante y tratando de imaginar que podría producir tan acalorado debate. Pero, escucho un llanto.
Un llanto que detiene cada hilo de pensamiento en mi mente. Se me pone la piel de gallina. Miro por la ventana y veo a mi mamá abrazada a un desconocido. Llorando. Con una agonía que me desgarra el corazón. Salgo corriendo a ver que sucede, gritando. Lo que vi fue paralizante.
Un hombre, con un arma en sus manos, apuntando ami madre mientras la empujaba dentro del negocio. E inmediatamente se dirige hacia mi. Más sorprendida que aterrada, me obligo a guardar silencio. No quiero que lo chicos vean semejante espectáculo. En mi mente se suceden como torbellino imagines de este hombre (que no para de insultar a cuatro vientos) agarrando a mi hijo de los pelos o amenazando a mi hija para que no llore. Me invade el terror por un instante cuando me doy cuenta que no puedo dejar de mirarlo. Se enoja, me grita. “ No me mires, la concha de tu madre!!” Instantáneamente desvío la vista, coloradísima por el insulto. Ahí nomás veo a mi hermano, en el piso atado, boca abajo. Me empuja y me dice que me de vuelta. No quiero, bajo ningún concepto darle la espalda a este hombre.  Me acomodo de manera de satisfacer su pedido y mi necesidad. Busco con mis ojos, los ojos de mi hermano. Mueve la cabeza, mirándome fijamente. El hombre hace un torpe intento de atarnos juntos. Veo que sus ojos están más rojos de lo normal y sus movimientos demasiado lentos. Bajo rápidamente la vista, recordando su orden. Entonces llegan gritos desde afuera. Alguien le dice que unos chicos fueron a buscar a los vecinos. Automáticamente me doy cuenta de que hay más, que no era el único invasor en la casa. Me mareo al darme cuenta que no veía a mi hermana por ningún lado y empiezo una suplica silenciosa para que mis hijos no salgan a buscarme.
Este hombre, se va, llevándose antes la CPU de la computadora. Tiros. Gritos de mi hermana. Una mirada de terror cruzamos con mi hermano. Nos desatamos mientras corríamos y me caigo. Mi hermano salta sobre mi y trata inútilmente de buscar su arma.  Rengueo. Inesperadamente en mi mente aparecen imágenes de mi hermana recién nacida, sus primeros pasos, ella bailando, haciendo la tarea. Me invade el terror y esos metros me parecen eternos.  Cruzo el portón y veo demasiada gente. Y ahí esta ella, gritando en medio de la vereda. Inmediatamente la tiro al piso y escucho más tiros. Ella pelea abajo mío y me golpea. Duro. Sin prestarle atención veo a mi madre tirada en el medio de calle. Más y más vecinos salen. Veo a los lejos como los muchachotes del barrio corriendo (en cueros) hacia los ladrones. Espero. Escucho los gritos ininteligibles de mi hermana bajo mío. Me levanto y palmeo minuciosamente todo su cuerpo en busca de sangre o golpes. No tiene. Respiro. Empiezo a escuchar lentamente las voces de la gente en la calle, los murmullos van creciendo. Me doy cuenta que mi mamá llora desesperadamente en el piso de la calle todavía y veo un cuchillo tirado cerca de ella. “¡Me tiró, el hijo de puta me tiró!” Dos vecinos la traen y la sientan en una de las reposeras de la vereda. Esta histérica. Trato de preguntarle algo. Pero ni yo lo logro, ni ella me escucha. La miro detenidamente y esta ilesa. Una mancha de barro en las rodillas.
Busco a mi otro hermano frenéticamente y no lo veo. Pregunto. El también salio a correr a los ladrones. ¡Mis hijos! Me inundó la desesperación. Abro la puerta con la misma velocidad que venía. Estaban los tres, casi sepulcralmente callados, mirando Alladín. La imagen de los tres, completamente absortos en esa película, me resulto totalmente surrealista. Me invadió una euforia inexplicable mientras los besaba y abrazaba, daba gracias al cielo por su inocencia.
Suspiro hondamente, mientras vuelvo al negocio. Policía. Testigos. Mi madre y hermanos van a la comisaría. Una horda de curiosos se acercan a preguntar. Compran, compran, compran. Termino tarde en la noche. Cierro. Ninguno de los habitantes de adelante ha vuelto. Ceno con los chicos. Los miro. Sus ojos. Sus deditos. Escucho su lenguaje, repleto de erres y tes. Inevitablemente sonrío. Pienso en lo afortunados que fuimos.  En lo afortunada que yo fui. Ninguno de mis hijos estuvo en peligro ni vio en peligro a su madre. Y lentamente lo sucedido va trasformándose en un cuento. Enumero los hechos en mi mente. Los adorno. Los limpio. Imagino mi mente como un gran mecanismo de engranajes que va ideando palabras para contar lo que me pasa. El sonido metálico me ensordece. Vuelvo en mi. Los nenes se duermen.

Hace calor. Dejo que el agua fría arrastre las sensaciones de vértigo del día. Respiro. La espuma en mi piel hace que conocidas perversiones vengan a mi mente.  Las retengo. Las estiro. Las disfruto.  Siseando de placer, voy a la cama. Cierro los ojos y veo a mi madre abrazada a ese hombre. Escucho los gritos y el llanto de mi hermana. Sacudo mi mente, trato de pensar en las columnas, las paredes, las habitaciones de arriba. Va apareciendo una idea, que casi se transforma en certeza. “Me estoy volviendo loca”. Me duermo.