miércoles, 20 de noviembre de 2013

Ese día:

Venerando mi cuerpo, mi origen, mi suerte, mi determinación.  La absoluta recompensa de ser quien soy. Sin miedos, con naturalidad. En medio de mis profundos desastres, de mi eterno desorden. De mis cuelgues infinitos y mis imposibles necesidades.  Con mis ideas locas y mis totales misiones suicidas. Con fuerza, con ímpetu. Sangrando lágrimas y llorando sangre.
El día que yo muera, no quisiera grandes noticias, ni la gloria de obituarios. Como alguna vez leí…
<<Siempre debe ser más importante la Vida que la Muerte>>
Quisiera risas,  recordando mis estupideces, quisiera alegrías celebrando la vida que llevé. Los amigos, los amores, las pasiones…
Al morir, quisiera un aplauso, por la obra terminada, por la puesta en escena.  Por valorar mi soledad como fin en sí mismo, por no dejarme truncar por los sistemas, sacando lo mejor de ellos.
Por la tolerancia a mis diferentes. Por los años dedicados a mis hijos. Por los períodos en celo y los períodos de profunda introspección.
Por todos los errores cometidos y los aprendidos. Porque nunca dejé de sonreír…
Por que ninguna palabra ha muerto en mi boca  y por las historias que he contado. Por la gente que he admirado, por la gente que me ha acompañado, por todos los que me han enseñado.
Por ser mujer, por ser madre, por ser creadora de mí misma. Por permitirme el lujo de la inconstancia.
Por nunca perder la Fé.
Por creer en el Amor (aunque siempre se lo lleve el viento)
Por nunca dejarme caer.
Por todo esto,

Aplausos. 

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