Ahí esta
ella… charlando como siempre… Se ríe sin sonido y sus bucles tiemblan. La
observo detenidamente y decido que no es tan linda. Pero no puedo dejar de
mirarla. Son tal vez sus ojos pequeñitos, que me sonríen cuando nos cruzamos. O
será tal vez su piel, tan brillante, que ella descaradamente roza con la mía y
siempre es tan tibia… O tal vez, cuando nos quedamos encerrados en la bóveda y
no hicimos más que mirarnos en silencio durante horas. O es tal vez su ombligo,
que se mueve hipnótico cada vez que hace su baile. Como ahora. Solo puedo
pararme en mitad del salón y mirarla. Se me apagan los sentidos, las luces se
oscurecen, la música no se oye. Ese lento movimiento con sus ojitos cerrados me
magnetiza. Me provoca seguirla. Me niego a tocarla, a sentirla, a perfumar mi
piel con la suya, a enredar mis dedos en
su pelo negro. No quiero confirmar la suavidad de sus labios, ni el peso de sus
pechos. Odiaría escuchar el tono de sus susurros cuando explote, o el temblor
en su cuerpo. Por favor que no abra los ojos. Trato de moverme, mirar hacia
otro lado. Casi lo logro, ya tome el control de mi cuerpo. Ay! Pero ahora me
mira, hay cientos y me mira. Tengo que salir, me voy. Bajo las escaleras con la
bandeja en mis manos. Estoy corriendo, llego al camarín y me calmo. Respiro
profundamente. Tengo tanta sed. Se escuchan los aplausos en el piso de arriba.
Ya está. Terminó. Casi me siento alegre. Recupero la confianza, abro la puerta.
Ahí esta ella, bloqueándome el paso. Dios mío, me mira. Me esta matando con sus
ojos negrísimos. Da un paso adelante y yo solo retrocedo. Entra y cierra la
puerta, sin dejar de mirarme. Esta muy seria, hasta parece enojada. Tiene ese
brillito en sus ojos y su pecho sube y baja. Se humedece la boca, hambrienta.
Avanza nuevamente y nuevamente retrocedo. Escucho como suelta el aire
lentamente por su nariz. Y no, no quiero rozarla con la mía. Un paso más atrás
y siento como la pared en mi espalda me detiene. Mis cejas se juntan,
adivinando lo peor. Veo el triunfo en su mirada, siento pánico. Entonces, me
besa. Siento sus labios y si, son adictivamente suaves. Siento sus pechos en mi
pecho y si, son tentadoramente firmes. Su piel, sigue aún siendo tan tibia… Y
entonces, la escucho. Una risa acumulada en su garganta. Estoy perdido.
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