domingo, 4 de agosto de 2013

Muñeca Muerta, Muñeca Rota.



Con mis manos hice una muñeca para vos. Rosadita, de gesto imperfecto, de zapatos azules y vestido haciendo juego, de brazos flacos y trenzas escuetas. Con ojitos cerrados y una sonrisa grotesca. 
La amaste, desde la primera vez que la tuviste en tus brazos la amaste.
Y me gustó tu alegría… Pero me daba vergüenza, porque a mis ojos, la muñeca era fea. Era flaca. Era burda. Era triste.
Y en lugar de llenarme de tu gozo, empecé a idear el momento para arreglar sus defectos, buscando tu distracción para robar a tu amiga y mejorarla.
Cuando lo conseguí, cambié sus ojos cerrados, por  unos simpáticos ojos grandes llenos de luz.
Cambié su sonrisa grotesca, por un delicado gesto amable con una boca pequeña.
Cambié su vestido, agregué moños a su pelo simplón…
Y te la entregué, esperando el doble de devoción a tu magnífica amiga.
Pero lo que percibiste al verla fue deformidad y se reflejó en la calidad de tu grito.
Un grito de impotencia, cargado de lágrimas.
Un grito de acusación.
Un grito de abuso.
Un grito de traición.
Me rompió el corazón.
No quisiste mirarla, no quisiste tocarla. Llorabas sin consuelo.
Yo había matado a TU AMIGA.
Arranqué sus ingenuos ojitos cerrados, que en mis manos no eran más que hilos enredados. Ojitos que ya habían compartido tu sueño, confiando en tu compañía.
Suprimí su boca, esa que seguro ya te había hablado de hadas y duendes, sólo para coserle una que a mis ojos diera satisfacción.
Cambié su cabeza… ¡hasta su identidad hice trizas vistiéndola como lo que no era!

Invadí tu espacio, hija. Tu amor por esa muñeca. La maté, te robé su amor.
No supe ver que en todo lo que yo veía fealdad y ridículo, encontrabas armonía, amor, seguridad.
La creé con mis manos, y con mis manos la maté.
No puedo explicar las veces que intenté revivirla para vos, las veces que ensayé la ingenuidad de sus ojitos cerrados o su sonrisa enorme. Ni cómo traté vestirla como antes.
Cómo vos la veías.
Tantas tardes pasé tejiendo y destejiendo tu amistad…

Lo sé, fui yo.
Perdoname.

Sintiéndome la peor madre del universo, por última vez, cerré sus ojitos, dibujé su gran sonrisa, rehice su vestido. Y la dejé sobre la mesa. Rendida en mi impotencia.
Hija, vos la viste.
Te acercaste, interrogante… La miraste y con una gran sonrisa de alivio, de júbilo… la abrazaste.
Lloré al ver que vos veías la esperanza. De que a pesar de todas las veces que tu muñeca había cambiado, encontraste en ella eso que te surgió la primera vez.
Lloré al entender, que no importa lo que otros digan, sino lo que vos sientas.
Lloré al aceptar que mi vanidad me hace cometer los errores más tristes.
Lloré porque una vez más, me enseñabas lo pequeña que soy al lado tuyo.

Lloré, hija, porque me perdonaste.

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