domingo, 28 de julio de 2013

Carta

Mayo 14, 1928
Montevideo, Uruguay
Querida Niña:
Tal vez no me recuerde, nos hemos visto hace unos días, en aquel café de Buenos Aires; esa tarde llovía bastante. Venía usted con su esposo.
Como habrá podido observar al recibir esta carta, he salido del país. Lo milagroso y lamentable de nuestro encuentro ha anticipado mi huída. De todas formas; era necesario que regulara algunos pendientes que había postergado. Mi viaje no se extenderá demasiado, solo hasta poder digerir la noticia de su estado, –Mis felicitaciones por su matrimonio- le envío con esta carta un ramo de rosas, ruego le lleguen a tiempo.
Me he preguntado muchas cosas antes de sumar el coraje para escribir esta carta. ¿Alguna vez ha pensado que existen almas predestinadas a estar juntas? Quiero decir: ¿Ha tenido la sensación de que hay una persona que es ideal para usted, y que está esperándola en algún lugar? ¿Ha tenido la sensación de que conoce a alguien desde hace tiempo mientras no es así? Esas incertidumbres me han angustiado durante gran parte de mi vida, más hoy las he aceptado como certezas y creo fielmente que esta no es la primera vez que vivo, ni será la última. Yo sé en mi corazón que sabe a que me refiero y no me tomará por senil o loco.
Tampoco y de ninguna manera es mi intención causarle algún malestar a su matrimonio, aunque sinceramente confieso que no creo conseguirlo. Le expreso mis disculpas de antemano, pero este corazón de anciano deseaba por última vez desahogar estos sentimientos que me torturan desde hace años.
Usted no se imagina las veces que he soñado con hallarla, poder tenerla cerca. Hacerla mía… Años buscando, desesperado, por  rincones oscuros, tratando de imaginar siquiera su rostro, su presencia. Ideando viajes, momentos; miradas cómplices y gestos enamorados… Durante años he rogado al cielo la oportunidad de tenerla cerca, de poder sentirla. A veces, querida niña, los deseos son traicioneros y el destino puede jugarnos una mala pasada. Haciéndome cada vez más viejo empecé a resignar esta esperanza pueril de compartir esta vida con usted; y la idea de simplemente verla comenzó a tentar mi mente: hoy entiendo aquellas palabras: “Ten cuidado con lo que deseas”.
¡Mi niña, si usted supiera hace cuanto que la amo…! Aquella bendita tarde en que la vi entrar, cerrando su paraguas, quitándose el abrigo… cuando sintió mi vista sobre usted y al fin me miró; ¡Cielo Santo! Un escalofrío recorrió mi espalda y los latidos sonaban tan fuertes en mí que casi no podía respirar. Fue en ese instante en que la vi tan hermosa, tan joven. Su juventud, mi niña, me ha desequilibrado. Como habrá visto, el resto de vida que me queda no ha de ser demasiado, la longevidad de mi vida no es eterna. Y usted mi niña, tan dolorosamente joven.
  Al verla moverse, al hablar, incluso en esos silencios donde usted aparenta no estar escuchando; esas pequeñas miradas alegres que me ha dedicado y yo sin poder ocultar mi ansiedad, mi nerviosismo. ¡Qué dulce ha sido con este anciano que la ama desde que tiene memoria!
Sin embargo, mi querida, no quiero incomodarla. Usted ya ha decidido el rumbo de su vida, y la diferencia que nos separa es tajante. Jamás impediría una oportunidad suya de felicidad.
Me despido, no obstante muy profundo en mi corazón tengo la certeza de que nos volveremos a encontrar. Tal vez con otros nombres y en otros tiempos, pero también sé que esa vez, usted me va a esperar…
       

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