domingo, 28 de julio de 2013

De Borrachos y Putas... (todos tenemos un poco)


Estaba desparramado en el piso, con el sudor en la frente y restos de vómito en su ropa. Y ella lo vio así, tan quieto, tan lejos de sí mismo. Cantidad de fotos suyas en el piso, en la cama, sobre los muebles… le había roto el corazón. Y no sabía como remediarlo. Con el alma en la mano, se abalanzo sobre él y lo abrazó.
Lo arrastró hasta la ducha, sacando su hedionda ropa. Lo bañó. No despertó en ningún momento.
Sentado sobre los azulejos, desnudo, mojado e inconciente, fue una de las imágenes más adorables que jamás quiso recordar.
Limpió su habitación, cambió las sábanas, sacudió el polvo, guardó las fotos…
Lo acostó y besó cada parte de su cuerpo dejando un surco de lágrimas sobre su piel.
Amaba a ese condenado, con todo lo que ella implicaba.

Si, estaba sola y triste. Y el mundo no significaba nada para ella.
Era infeliz y egoísta y condenadamente hermosa.
Con treinta y nueve años, se había revolcado con cuanto pantalón quiso.  Ninguno duró demasiado, porque nadie había querido quedarse el tiempo suficiente. Con ese carácter altanero e hiriente, siempre precoz en las discusiones y esa lengua-rebenque. Mala. Cruel. Con la voluntad de hierro que venía en combo con su soledad e independencia.

Todavía buscando al tipo que la conmueva, el que logre tocar un pedacito de su alma. Sin saber si existirá o simplemente estaba en su mente. Ya sin esperanza, ni siquiera resignación… iba pasando de cama en cama solo para abastecerse y sin siquiera preguntarse… con sus propias reglas, con sus propios lemas. A su ritmo y conveniencia. Era un hombre.

Una Puta.

Ese titulo le hacia cosquillas adentro. Porque de una extraña y retorcida manera, la enorgullecía.

Sola.

Hasta ahora.

Este triste alcohólico significaba más para ella de lo que podría confesar.

<no me importa lo que hagas, solo quiero vivir mirándote>

Un par de palabras tontas y había logrado conmoverla. Lo veía dormir imaginando cuantas veces tendría que hacer esto con una vida a su lado. Cuantas veces tendría que rescatarlo de su negra sed. Cuantas tardes, noches, estaría sentada mirando su sueño… mientras su propia vida pasaba a su lado. Una vez, se dijo. Solo hoy.

Suspiro como tragándose todo el aire del lugar para devolverlo liviano y limpio. Dio algunas vueltas, reacomodó los adornos de yeso pintado sobre la cómoda, descorrió las cortinas, las volvió a correr, sacó dos o tres pelusas que había sobre las frazadas, cerró bien las puertas del armario, agarró el libro de Cortázar que había debajo de la cama, leyó:
 “que palabra, <ahora>, que estúpida mentira”

 Y riendo de las ironías del destino, agarró su sacón enorme, se envolvió en su bufanda y de un portazo, apretó el play en su vida.

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