domingo, 28 de julio de 2013

Lluvia

La lluvia me predispone a otras cosas. Me obliga a mirar a mi alrededor en instinto de supervivencia. A ver por los míos y su seguridad.
Me obliga a enfriar la cabeza, y mantener la calma. A permanecer en vigilia, con ágil expectación.
A confiar, en un punto y dejarme arrastrar por la corriente.
Sin opciones. Domesticando mi espíritu. Encausándome un poco. Mandándome a callar…
Su fuerza me contiene, sin cegarme, sin romperme. Haciéndome consciente de mi lugar. De mi mínima presencia.
Sumisamente predispuesta a luchar. Volviendo feroz, mi grito apagado. Al acecho del silencio, a la vera de mi paz.
La misma lluvia en su susurro, me cuenta cosas nuevas, que todavía no despiertan y están llenas de “quizás”.

Es cuando mi mente se dispara, cuando encuentra esa comodidad del ritmo conocido, donde me voy a mundos nuevos y donde soy lo que me plazca. Con la seguridad del prejuicio eliminado, soy débil o soy insegura. Sin temer defraudarme. Con la mera comprensión de ser.

La lluvia me despierta, me seduce, me transporta y a veces, me lleva a pasear.

Y en la bruta necesidad, surge inocente, ese hambre voraz de otro. Para no dejarlo anclar.

Y en ese milagro de la creación del pensamiento, en esa maravilla rabiosa y violenta, va surgiendo desde las vísceras, dejando la ebullición bajo la superficie, opacando de a poco la vista, el olfato, el oído. Hecha un cuerpo ausente que maquina metamorfosis de la nada. Y que a la nada va.
La magia que reside en el sonido que cae, me invita a un sueño de letras que es difícil rechazar.

Y con la certeza del placer, me dejo. Y voy durmiendo presentes, para despertarlos más allá.

Dispuesta a no saber, dispuesta a no encontrar, dispuesta a no ver, dispuesta incluso a no ser… Para que nazca algo más.

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