lunes, 29 de julio de 2013

Amantes



En la propuesta fiel de dos enamorados, que necesariamente deben vivir su amor hacia dentro, en la penumbra. Este conjunto de pasiones que se tienen va desintegrando cualquier orden presupuesto.

Un tipo normal. Un tipo de hogar. Con su mujer, sus hijos. Trabajador. Inteligente. No demasiado feliz, no demasiado triste. Con una infancia de poca cordura, se esforzaba por mantener las situaciones en su lugar. Un tipo común.
Una mina explosiva, cargada de detonantes subliminales, cabeza de familia, guerrera. Con sus hijos, con sus pasiones. Dueña de una infancia bestial, de temperamento carnicero. Obligada por la vida a siempre tomar las riendas. Una mina difícil.

La primera vez que él la vio, le resultó insoportable. Pero había algo que lo hacía reincidir en los lugares que ella habituaba. De a poquito, esa sensación fue tomando color y le fue poniendo nombre. La forma que tenía de hablar con otros, como las personas se desdoblaban ante ella y la dejaban hacer, divertidos con su esencia. La manera en que esos ojos, más brillantes de lo natural, soltaban chispitas por un pícaro comentario atragantado. Como con una inocencia que jamás es fingida, pero que contrasta con su resto, podía cautivar al más distraído de los oyentes. Su trabajo era su escenario. Y por supuesto, era hermosa.

Él y sus pausas, sus palabras pensadas, sus miradas fijas de ojos entrecerrados. Con ese tic en el pelo y esa extraña necesidad de peinarse un poco. De bajar de peso. De que lo mire. Con esa timidez que a ella enloquecía. Lograba sedarla. Seducirla.

Un café.

Escondiéndose del mundo, riendo. Jugando como dos adolescentes. Con cosquillas en la panza. Y esa necesidad de tocar…

Lentamente las necesidades fueron aumentando, los cariños iban creciendo, las opiniones iban chocando. Como dos extremos de la misma soga. Los susurros eran letales. Los silencios demasiado filosos. Y aún así… admiraban tanto el uno del otro!

Fue Amor.

Un día común. Un día difícil. Los celos superaron la cordura, el silencio de otros enmarcó sus gritos heridos. Y con la calle de testigo, dejaron salir su frustración.
Una sonrisa de quien comprende. Y ese acuerdo tácito del mundo ajeno a ellos de no poner en palabras lo que era un secreto a voces. Como comprendiendo su calvario, como perdonándolos de antemano.
Por supuesto, tal era su embobe que ninguno lo notó. Pero yo justo pasaba por ahí y pude vislumbrar un par de gestos.

Cuando volvieron a hablarse, nada había pasado. Y otra vez, una con ojitos pícaros. Otro con ojos entrecerrados…


A veces, cuando estoy tranquila me pregunto, ¿Cómo habrá terminado esa historia?

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