En la
propuesta fiel de dos enamorados, que necesariamente deben vivir su amor hacia
dentro, en la penumbra. Este conjunto de pasiones que se tienen va
desintegrando cualquier orden presupuesto.
Un tipo
normal. Un tipo de hogar. Con su mujer, sus hijos. Trabajador. Inteligente. No
demasiado feliz, no demasiado triste. Con una infancia de poca cordura, se
esforzaba por mantener las situaciones en su lugar. Un tipo común.
Una mina
explosiva, cargada de detonantes subliminales, cabeza de familia, guerrera. Con
sus hijos, con sus pasiones. Dueña de una infancia bestial, de temperamento
carnicero. Obligada por la vida a siempre tomar las riendas. Una mina difícil.
La primera
vez que él la vio, le resultó insoportable. Pero había algo que lo hacía
reincidir en los lugares que ella habituaba. De a poquito, esa sensación fue
tomando color y le fue poniendo nombre. La forma que tenía de hablar con otros,
como las personas se desdoblaban ante ella y la dejaban hacer, divertidos con
su esencia. La manera en que esos ojos, más brillantes de lo natural, soltaban
chispitas por un pícaro comentario atragantado. Como con una inocencia que
jamás es fingida, pero que contrasta con su resto, podía cautivar al más
distraído de los oyentes. Su trabajo era su escenario. Y por supuesto, era
hermosa.
Él y sus
pausas, sus palabras pensadas, sus miradas fijas de ojos entrecerrados. Con ese
tic en el pelo y esa extraña necesidad de peinarse un poco. De bajar de peso.
De que lo mire. Con esa timidez que a ella enloquecía. Lograba sedarla.
Seducirla.
Un café.
Escondiéndose
del mundo, riendo. Jugando como dos adolescentes. Con cosquillas en la panza. Y
esa necesidad de tocar…
Lentamente
las necesidades fueron aumentando, los cariños iban creciendo, las opiniones
iban chocando. Como dos extremos de la misma soga. Los susurros eran letales.
Los silencios demasiado filosos. Y aún así… admiraban tanto el uno del otro!
Fue Amor.
Un día
común. Un día difícil. Los celos superaron la cordura, el silencio de otros
enmarcó sus gritos heridos. Y con la calle de testigo, dejaron salir su
frustración.
Una sonrisa
de quien comprende. Y ese acuerdo tácito del mundo ajeno a ellos de no poner en
palabras lo que era un secreto a voces. Como comprendiendo su calvario, como perdonándolos
de antemano.
Por
supuesto, tal era su embobe que ninguno lo notó. Pero yo justo pasaba por ahí y
pude vislumbrar un par de gestos.
Cuando
volvieron a hablarse, nada había pasado. Y otra vez, una con ojitos pícaros.
Otro con ojos entrecerrados…
A veces,
cuando estoy tranquila me pregunto, ¿Cómo habrá terminado esa historia?
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